El sueño es una función biológica muy importante que, junto con la vigilia, tiene un carácter cíclico de tipo circadiano. Durante el sueño tienen lugar una gran cantidad de procesos biológicos como la conservación de la energía, la regulación metabólica o la consolidación de la memoria. Además, el sueño es importante para un desarrollo adecuado del cerebro en crecimiento. En condiciones normales el sueño se divide en una fase sin movimientos oculares rápidos o no MOR, que a su vez se divide en cuatro etapas, y una fase con movimientos oculares rápidos o MOR. Durante la noche se suelen alternar las dos fases en una media de cinco ciclos de unos 90 a 110 minutos, aunque la duración de las distintas fases varía con la edad.

Existen numerosos trastornos del sueño, que se pueden clasificar en disomnias y parasomnias, además de los asociados con otras enfermedades médicas psiquiátricas o neurológicas y los no clasificables.

Las disomnias incluyen trastornos para iniciar o mantener el sueño normal, como el insomnio o el síndrome de apnea obstructiva del sueño, y los que causan hipersomnia, como la narcolepsia o el síndrome de sueño insuficiente.

Las parasomnias son trastornos de la conducta o comportamientos anormales durante el sueño. Pueden tener lugar durante la fase no MOR, como el sonambulismo, los despertares confusionales y los terrores nocturnos, durante el sueño MOR, como la parálisis del sueño, las pesadillas y el trastorno de la conducta del sueño MOR, o pueden estar asociados con movimientos anormales, como el síndrome de piernas inquietas, los calambres nocturnos o el bruxismo.

Algunos de los métodos para diagnosticar los trastornos del sueño incluyen la polisomnografía, que consiste en monitorizar múltiples variables biológicas durante una noche de sueño, la actigrafía, que cuantifica los periodos de reposo-sueño durante la noche mediante un dispositivo portátil, o la evaluación y cuantificación de síntomas y problemas fisiológicos mediante cuestionarios y escalas.

Las alteraciones o trastornos del sueño pueden tener consecuencias sobre la salud y la calidad de vida, con la somnolencia diurna, la irritabilidad, los problemas de concentración o la fatiga como principales efectos a corto plazo. Sin embrago, la mala calidad de sueño crónica puede tener importantes consecuencias a largo plazo. Los trastornos crónicos del sueño son un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades crónicas que incluyen enfermedades cardiovasculares, metabólicas, neurológicas o psiquiátricas.

Algunos consejos que pueden ayudar a dormir mejor incluyen mantener un horario regular para acostarse, dormir un mínimo de siete horas, tener una alimentación saludable con cenas ligeras pero evitando ir a dormir con hambre, evitar los estimulantes como el alcohol y el tabaco o establecer algún ritual antes de acostarse como leer o darse un baño caliente para relajarse antes de ir a dormir. Tener buenos hábitos y conductas durante el sueño puede ser una medida preventiva para poder disfrutar de una mejor calidad de vida a largo plazo.