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Peligros de salud en la piscina
Las piscinas son una de las principales vías de escape del calor durante el verano. Sin embargo, en ellas se encuentran las condiciones ideales para la reproducción y supervivencia de numerosos tipos de microorganismos, lo que las convierte en una posible fuente de infección de enfermedades de transmisión acuática.
La limpieza y desinfección continua de las piscinas con cloro u otros productos químicos ayudan a eliminar buena parte de los posibles patógenos, pero no garantizan su eliminación total. Por otro lado, el exceso de productos químicos también puede ocasionar problemas de salud, como en el caso del cloro que puede causar enfermedades pulmonares o erosión dental.
Los propios bañistas son la principal fuente contaminante a través del sudor, la orina, las mucosidades e incluso de materia fecal. Las principales consecuencias de una enfermedad de transmisión acuática, incluyen molestias intestinales, diarrea, fiebre o vómitos. La piel también se puede ver afectada por patógenos u hongos, con la exacerbación del acné, la aparición de granuloma o la infección por pie de atleta.
Algunas de las precauciones que se pueden tomar para evitar estas dolencias son ducharse antes de entrar en la piscina, usar sandalias, gafas de piscina y tapones para los oídos, evitar tragar agua y ducharse después del baño con agua potable y jabón para eliminar los gérmenes presentes en la piel.
Este año, además de las infecciones habituales, también se suma el riesgo de contagio del coronavirus. Su principal vía de transmisión son el contacto directo entre personas y las secreciones respiratorias que se producen con la tos y los estornudos, y por lo tanto las piscinas pueden ser focos de contagios debido a la aglomeración de personas. No existen evidencias de que este virus se transmita a través del agua en las piscinas, así que las principales medidas para evitar el contagio incluyen la limpieza y desinfección de las superficies de contacto de las zonas comunes y mantener una distancia mínima de dos metros entre usuarios. El control adecuado del aforo debe permitir que los bañistas puedan respetar la distancia interpersonal.
La limpieza y desinfección continua de las piscinas con cloro u otros productos químicos ayudan a eliminar buena parte de los posibles patógenos, pero no garantizan su eliminación total. Por otro lado, el exceso de productos químicos también puede ocasionar problemas de salud, como en el caso del cloro que puede causar enfermedades pulmonares o erosión dental.
Los propios bañistas son la principal fuente contaminante a través del sudor, la orina, las mucosidades e incluso de materia fecal. Las principales consecuencias de una enfermedad de transmisión acuática, incluyen molestias intestinales, diarrea, fiebre o vómitos. La piel también se puede ver afectada por patógenos u hongos, con la exacerbación del acné, la aparición de granuloma o la infección por pie de atleta.
Algunas de las precauciones que se pueden tomar para evitar estas dolencias son ducharse antes de entrar en la piscina, usar sandalias, gafas de piscina y tapones para los oídos, evitar tragar agua y ducharse después del baño con agua potable y jabón para eliminar los gérmenes presentes en la piel.
Este año, además de las infecciones habituales, también se suma el riesgo de contagio del coronavirus. Su principal vía de transmisión son el contacto directo entre personas y las secreciones respiratorias que se producen con la tos y los estornudos, y por lo tanto las piscinas pueden ser focos de contagios debido a la aglomeración de personas. No existen evidencias de que este virus se transmita a través del agua en las piscinas, así que las principales medidas para evitar el contagio incluyen la limpieza y desinfección de las superficies de contacto de las zonas comunes y mantener una distancia mínima de dos metros entre usuarios. El control adecuado del aforo debe permitir que los bañistas puedan respetar la distancia interpersonal.
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